Gestión del Amor
Ahora que todo ha terminado, puedo ver lo que pasó sin que el dolor me embargue, sin que las lágrimas asomen.
Ahora que no volveremos a vernos, quiero decirte lo que sentía. Ahora, que emocionalmente puedo hacerlo.
Recuerdo antes de conocerte, cuando con solo escuchar tu nombre, me imponías.
La primera vez que te vi, no pude articular palabra. Me presenté, me sonreíste, y ese momento se quedó grabado para mí.
Irradiabas luz. Hacías bromas, todos reíamos a tu alrededor. Tu magnetismo era irresistible.
Cuando me mirabas a los ojos, me ponía tan nerviosa que no era capaz de mantenerte la mirada.
Pasados los días, te acercabas y hablábamos de temas triviales. El tiempo, cine, música,… De repente, me dijiste que querías quedar conmigo porque tenías algo importante que contarme. Me temblaban las piernas. Te dije que sí.
Al llegar me traicionaban los nervios. Tras varios minutos de risas, y decirme lo agradable que era, lista, y lo mucho que valía,… me lo propusiste.
Es cierto que me dijiste que no podías ofrecerme mucho. Aunque sí me prometiste que si aceptaba, irías poco a poco, a mi ritmo, sin pedirme nada que yo no quisiera. Me ilusioné, y te abracé llena de entusiasmo.
Al principio fue como un sueño, mis días estaban llenos de emociones. Fueron semanas de felicidad, en las que tuve que esforzarme mucho por adaptarme. Hubo momentos difíciles, con dudas sobre si el camino que había emprendido había sido el correcto.
En esos momentos, una mirada tuya, un guiño, una sonrisa, una simple caricia, hacía que todas mis dudas se disiparan. Volvía la alegría. Volvía el ser capaz de todo, el aguantar todo. Volvía el ponerme el mundo por montera.
Ya en esos tiempos, al poco de empezar contigo, mis amigos de toda la vida me advertían sobre ti. No quise escucharlos.
Pasaron los meses, y la situación fue empeorando, al menos para mí.
Mi percepción, fue que, cuando me tuviste segura, ya no estabas. Igual no fue así, como digo solo te escribo lo que yo sentí.
Cuando te llamaba, ya nunca podías atenderme. Cuando lo hacías, me preguntabas si era algo urgente, porque era mal momento y estabas muy ocupado.
Quienes nos veían desde fuera, me decían que me tenías pillada y que, literalmente, hacías lo que querías conmigo. Mis compañeras del trabajo se enfadaban conmigo porque según ellas solo te apoyaba a ti y a ellas las había dejado totalmente de lado.
Al poco, dejaste de tener tiempo para estar conmigo. Ya no te acercabas nunca para vernos. Si quería verte, o hablar contigo, siempre tenía que ser yo la que fuese donde tú estabas.
Cuando al fin iba, dónde y cuándo tú me decías, cada vez tenías menos tiempo para estar juntos. Cada vez hablábamos menos. Cada vez me sentía más sola.
La ilusión del principio se fue desvaneciendo.
Es cierto que nunca me prometiste nada, pero con cada ¨Lo intentaré” asumía que te ibas a dejar la piel por conseguir lo que yo te pedía. Me hacías sentir especial, y yo creía que era así.
En los siguientes meses me di cuenta de que no, de que yo no era especial, sino una más de muchas.
Cuando nos veíamos, no recordabas los problemas que te había comentado en citas anteriores. Me respondías despistado y mirando a otra parte “Ah, sí, eso. ”
Al principio te disculpaba diciéndome que estabas muy ocupado y tenías muchos asuntos en la cabeza. Con el paso del tiempo, me di cuenta de que en realidad, yo no te importaba.
Me llamabas cuanto querías hablar o que fuese a verte, si tenías una duda, o creías que yo podía hacer algo por ti.
Mi familia empezó a dejarme caer que me veía cansada, luego me decía más claramente que me veían triste desde hace tiempo, nerviosa, que contestaba mal. Al final ya fueron más claros y me preguntaron abiertamente si me estaba compensando esa situación.
Al principio les contestaba que nada es perfecto…. después, en el silencio de la noche, me respondía a mí misma que no, no compensaba.
En varias ocasiones te dije que no podía más. Ahora veo que me hacías chantaje directamente. “No puedo darte más de lo que me pides, entiéndelo por favor”, “No me dejes solo”, “¿Qué voy a hacer sin ti?¨. En esos momentos me mirabas a los ojos, me tocabas, y mi corazón no era capaz de seguir con la decisión que había tomado mi mente.
Defendí lo nuestro incluso enfrentándome con mi entorno, que ya no hablaba conmigo ni me integraban en sus conversaciones, se callaban cuando llegaba. Tus culpas eran mías, mis aciertos eran tuyos.
Cuando me ofreciste ser supervisora, creí que estarías a mi lado. Que me ayudarías a hacer lo que hay que hacer por el bien de los pacientes y la organización. Cuando me dijiste que me apoyarías, nunca pensé que me dejarías tan sola.
Ilusiones rotas. Corazones rotos. Profesionales mal gestionados .
Este texto intenta sensibilizar sobre las consecuencias de que los gestores utilicemos las ilusiones de los profesionales para sacar los proyectos adelante.
Comentamos que los profesionales están quemados, sin darnos por aludidos. Sin darnos cuenta del desgaste que les supone de manera inmediata, y a medio plazo para la organización, el fomentar esperanzas sin dar herramientas o recursos reales.
Alicia Negrón (@alicia82mad)